El Salar de Uyuni, un paisaje extraterrestre en el altiplano boliviano
La mayor parte de la gente que viaja a Bolivia lo hace atraída por el embrujo especial de este inmenso desierto de sal que aturde sin remedio a todo el que se adentra en sus dominios, un paraje ciertamente único, imposible, robado de otro planeta para el deleite sensorial de los que se acercan a visitarlo.
El Salar de Uyuni es uno de los lugares más mágicos e impresionantes que se pueden encontrar en la Tierra. Anteriormente, en la cultura aymara, se le conocía como Salar de Thunupa, que es el nombre del volcán que se encuentra en un borde del salar. Está situado a casi 4.000 metros de altura en el departamento de Potosí, al suroeste de Bolivia y tiene una superficie de 12.000 kilómetros cuadrados (algo así como la provincia de Guadalajara).
Según parece, el primer hombre que pisó la Luna, el astronauta Neil Armstrong, divisó a simple vista con nitidez esta mancha blanca en Sudamérica. Al volver a la Tierra decidió ir a conocer la zona y quedó impresionado por la belleza de este lugar extraordinario. Hace más de 40.000 años este espacio estaba ocupado por el lago Minchin, que al secarse dio lugar al salar.
Ciertamente la sensación que embarga al visitante no es la de encontrarse en Bolivia ni en ningún otro lugar de nuestro planeta. Este extraño paisaje tiene todo el aspecto de ser algo ajeno a este mundo, un paraje extraterrestre, un lugar escapado de algún relato de ciencia ficción, un inmenso sitio impresionantemente vacío lleno de sueños de sal.
Al avanzar desde Uyuni se vive un intenso acercamiento a la naturaleza. Largos desplazamientos por el desierto, valles rocosos, volcanes, graciosas vicuñas, lagunas de colores imposibles, géiseres espectaculares, llamas, miles de flamencos rosáceos, paisajes dalinianos y hasta zorros blancos adornan el paisaje antes de adentrarse en ese inmenso mar de sal que es El Salar de Uyuni, un auténtico deleite sensorial que te transporta sin remedio hacia la abstracción.
Y ese paisaje imposible te congela, te aturde, te ciega. El entorno sobrenatural, inimaginable, acota todas las realidades de tu mundo para sumergirte de lleno en esa blancura extraterrena que te empapa las entrañas y te envuelve el sentido hasta aturdirte. Desde ahí, Sin darte cuenta entiendes lo fácil que resultaría convertirse en estatua de sal. Y te dejas llevar.