Lisboa renace como destino turístico
La capital portuguesa no se cansa de acumular premios como destino turístico. En 2015 sólo Burdeos consiguió superarla como lugar ideal en Europa para una escapada. Lisboa ha lavado su cara sin perder su magia para dar paso a una de las ciudades con más encanto de Europa. Con la crisis se han planteado nuevos negocios enfocados al turista, que es el que deja dinero en la ciudad.
Lisboa, etiquetada como melancólica y decadente, busca nuevos perfiles para situarse en la vanguardia turística mundial avalada por premios internacionales que la sitúan como la mejor ciudad europea para estancias cortas. Una buena relación calidad-precio, la mezcla de su vertiente moderna y multicultural con importantes atractivos históricos así como su buena accesibilidad son los factores más relevantes para que Lisboa termine por convertirse en la reina del turismo de estancia corta.
La ciudad cambia de un día para otro, la demanda crece tanto en turismo de alto standing como en low cost (este año la Costa del Golf de Lisboa ha sido declarada por segunda vez el mejor destino turístico en el mundo del golf). Muchos extranjeros residentes en Lisboa han optado por comprar casa en el centro histórico, rehabilitarla y alquilarla a turistas. Es uno de los negocios que mejor funciona. Para los que vienen de otras ciudades europeas el mercado inmobiliario luso es un tesoro potencial que guarda verdaderos chollos. A estas reformas hay que añadir las que están llevando a cabo grupos o inversores para construir apartamentos renovados y hoteles.
No es fácil precisar dónde radica el encanto de Lisboa, esa ciudad indescriptible con un aire particular que lleva en el fondo de sus esencias algo melancólico y decadente que atrae sin remedio. Ni la catedral es deslumbrante, ni se puede pensar que la clave de su atractivo esté escondida en el impactante estilo manuelino de los Jerónimos o la Torre de Belém. Ni tampoco las huellas de Eiffel que se aprecian en el elevador de Santa Justa son motivo suficiente para justificar por sí una visita a la ciudad. Ni tan siquiera a la majestuosa Plaza del Comercio se le puede atribuir un encanto apabullante como para hacerla el icono de la ciudad. Sin embargo, hay que reconocer que la ciudad tiene algo mágico aunque haya que hurgar en sus entrañas para encontrarlo.
Son muchas las otras razones que invitan a volver a Lisboa. Tiene escondido algo melancólico que encandila. Lisboa invita una y otra vez a seguir buscando a través de sus calles adoquinadas las huellas de Saramago o recorrer los pasos de ese enorme pensador llamado Fernando Pessoa. Y permite revivir un ayer ya agotado gracias a los románticos amarelos, los centenarios tranvías amarillos que circulan abarrotados y renqueantes entre cuestas imposibles. Esos llamativos tranvías trasnochados lucen con orgullo su estampa clásica serpenteando ruidosa e incansablemente por el sinuoso trazado lisboeta. No cabe duda de que esas antiguallas sobre raíles le dan un toque peculiar a la capital, una nota única de nostalgia urbana, de contrastada belleza añeja que contribuye al gancho turístico que tiene la ciudad. Por momentos las calles se encogen al paso del tranvía por el Barrio Alto y el vagón amarillo se arrima atrevido a las paredes de las casas con insinuantes intenciones de roce descarado. Es una auténtica delicia disfrutar sin prisa de la presencia de los carros elétricos culebreando por el Chiado o por la Alfama.
Pero el impulso de volver a Lisboa surge también de la necesidad de reencontrarse con el fado, esa música intensa y desgarrada que identifica a Portugal. Marcharse de Lisboa sin haber oído un fado puede ser considerado como un imperdonable pecado. Quizás no van en absoluto desencaminados los que aseguran que el fado es la banda sonora de Lisboa porque el fado es melancólico, intenso y hermoso lo mismo que Lisboa.
Desde el primer momento Lisboa invita a aparcar el reloj y a perderse por sus tiempos, estimula al personal para que se lance a callejear por calles que cuentan historias fantásticas. En Lisboa lo que tienta es empaparse hasta el borde de nostalgia, es rastrear fados intensos escondidos entre cuestas imposibles. Lisboa incita a perder el norte, a caminar sin prisas y sin rumbo por los infinitos recovecos admirables de la ciudad. Embruja el aroma almacenado en los balcones, invita a extasiarse hasta rendirse. Lisboa tiene en el aire algo melancólico que atrae sin remedio y para siempre. Azulejos desconchados, alguna ventana rota, una tienda antigua, el tranvía amarillo, los anuncios. Todos los rincones merecen un suspiro, todos los instantes una foto. Lisboa tiene en sus entrañas algo decadente con rabioso sabor actual, algo que embruja. Y un alma grande de romántica eterna que fascina.
Lisboa invita una y otra vez a seguir buscando a través de sus calles adoquinadas las huellas de Saramago o recorrer los pasos de ese enorme pensador llamado Fernando Pessoa
En Lisboa hay que caminar, lanzarse a patear con ganas sus calles empinadas. Gran parte del atractivo oculto de la ciudad lo vamos a encontrar escondido en los rincones, buscando en las recoletas plazuelas minuciosamente adoquinadas o mirando entre los balcones oxidados.
También puede estar atrapado en los viejos anaqueles de tiendas curiosas que no han perdido su autenticidad ni se han olvidado de sus orígenes con el cambio de generación, que siguen manteniendo férreamente todo su carácter tradicional ahora inmerso en un baño reluciente de modernidad, o en los locales jóvenes, atrevidos y alternativos, en los que puedes tomarte una mezcla de cerveza, tequila y limón mientras te rasuran la barba, o en los múltiples azules de los azulejos que habitan en las fachadas desconchadas, o en esa cultura independiente y rabiosa que se percibe tan alejada de las corrientes predominantes. Por ahí puede empezar a aflorar el embrujo incontestable de Lisboa.
Otro atractivo interesante lo aporta la gastronomía portuguesa y sus vinos, que escalan a buen ritmo puestos de relevancia a nivel internacional. Está claro que queda camino por recorrer pero la marca Lisboa turística sigue avanzando. La Lisboa actual no tiene mucho que ver con la de hace diez años y es evidente que proseguirá su avance. La Lisboa del futuro inmediato promete, pero por suerte seguirá siendo la Lisboa de siempre, sin perder sus encantos.