La larga noche de los hombres del mar

Es una vida dura como pocas y los marineros añaden que es una profesión hermosa que no cambiarían por nada. Una noche en el mar con ellos es suficiente para entender que están cargados de razón cuando lo dicen.

Se acercan las nueve de la noche, la penumbra se adueña del lugar. Empieza a refrescar y los hombres van llegando al puerto. Es la hora acordada. Como todos los días se vuelven a suceder los preparativos, el escenario cobra vida nuevamente. La representación va a comenzar.

El “Mar de Jana”, 30 años, 12 metros de eslora y 4 de manga, se dispone a iniciar el ritual para la puesta en marcha de la función diaria. En unos momentos levará anclas y colocará su proa enfocada hacia las sombras de la noche para iniciar sin prisas el camino conocido mar adentro.

Manolo es el patrón, los ojos y el alma de este barco pesquero de bajura. Su título más preciado es el de ser hijo de marinero y su gran mérito haber superado con notable alto todos los riesgos que entraña la vida en el mar. Los 365 días de cada uno de sus bien llevados cincuenta años están impregnados de sal, salpicados de escamas y rodeados de redes.

La de los hombres del mar es una vida dura como pocas, pero los marineros añaden que es una profesión hermosa que no cambiarían por nada

Antes de iniciar la marcha los hombres realizan con las últimas luces del día la revisión rutinaria del buque y se hace la carga de hielo en la bodega. Después el patrón da la orden y Aliou suelta la amarra para que el “Mar de Jana” inicie la marcha y se disponga a volar noche adentro. Aliou es senegalés, lleva cuatro años con Manolo y ya en su país había trabajado en el mar. Viene diariamente desde La Coruña con Tomás, otro joven curtido en las tareas marinas que anteriormente se dedicaba a las nasas.

Llega la noche

La noche se va adueñando del barco. En la proa los otros dos integrantes de la tripulación, Manuel “Pimpín” y Seíto, se abrigan para contrarrestar la brisa fresca del atardecer. Siendo muy jóvenes se iniciaron en el mar junto a Manolo el patrón, en el barco y a las órdenes del padre de éste.

Mientras no llega el momento del lance, los hombres fuman y hablan distendidamente en la cubierta. Los temas se alternan: el tiempo que se espera para la noche, la situación política del país, la crisis, los cupos, algún percance en las embarcaciones conocidas, el furtivismo. En general los problemas de la gente del mar son el centro de las conversaciones. “Es una vida dura, no es fácil vivir del mar” concluye Pimpín.

Entre tanto, el patrón, al timón en la cabina de mando, habla por teléfono, ojea el cielo con cierta preocupación, otea los barcos conocidos que se mueven en el horizonte y no pierde de vista la pantalla del sonar. Hay una sensación de incertidumbre, de espera atenta en el ambiente. Flota en el aire la duda de cómo se dará la noche, si habrá suerte, si se encontrará un banco que proporcione calidad y cantidad suficiente para que la batalla de la noche contra las olas resulte rentable.

De repente Manolo gira en redondo el timón. En medio del silencio el grito de “¡Listos!” se escucha como una orden del más allá, el grupo se pone en marcha y los hombres se colocan diligentemente cada uno en su puesto para empezar la faena. “¡Arrea!”. Aliou suelta la baliza con las luces de posición mientras Tomás regula la salida ordenada de la corchera que se va largando por la popa hasta dibujar un gran círculo de 200 brazas sobre el agua.

En la proa Pimpín y Seíto controlan el carrete de la llave, el cable que realiza el cierre por debajo de la red para evitar que el pescado escape. Todo se sucede muy deprisa. La maniobra se hace en total oscuridad para no ahuyentar la captura. Aliou canta la salida de las últimas anillas. “Cuatro, tres, dos, una”. Concluye el cerco.

El cierre de la red y la maniobra de recogida también se realizan con suma rapidez. Se encienden las luces. En poco tiempo el maquinillo presenta a babor una talla plateada de ochocientos kilos de parrochas que coletean desesperadamente a nuestro lado, aprisionadas en la red que cuelga de la grúa del “Mar de Jana”. En medio del ajetreo, el griterío enloquecido de las gaviotas se apodera del lugar e imprime un tono desgarrado a la banda sonora de la escena nocturna.

La actividad en la cubierta es frenética. De forma acompasada Pimpín va encajando ordenadamente la parrocha cobrada que Manolo va soltando con el zalabardo sobre las cajas, mientras Seíto, con suma habilidad, aparta para otras cajas el resto de las capturas válidas. Tomás vuelca hielo constantemente sobre la mercancía y Aliou va apilando todo lo que no interesa, caballones, alevines de lenguado, cangrejos, agujas, centollos vacíos, bogas o mújoles, que puede utilizarse como cebo por los que manejan otras artes.

De vuelta

De vuelta, tras la entrega de las capturas en la lonja de Sada, es el momento de cenar. Bocadillos variados. Se comenta lo bajo que en algunos momentos está el precio. Cuando entra mucho pescado en la lonja, se paga poco por él (“se ha llegado a pagar el jurel a 2 euros por la caja de 15 kilos. Cuesta más la caja que el pescado que lleva dentro”). También sale a relucir el rigor excesivo de las autoridades con los límites de la captura.

El patrón habla de las diferencias entre comunidades autónomas (“conocemos casos reales, el mismo barco, con una cuota de 3.000 kilos aquí, está faenando en el País Vasco con 27.000”) y está convencido que el control exagerado del que son objeto es producto de la falta de conocimiento de los políticos: “Nos acosan. Se ha dicho que sobra un 40% de la flota de bajura gallega. Nada más lejos de la realidad. No tiene nada que ver la costa gallega, la pesca en las rías, con el perfil de la costa vasca o la costa cántabra”.

La charla se interrumpe de repente cuando a la altura del puerto exterior de Ferrol Manolo aprecia un gran banco de sardina en la pantalla. Se da la voz y todo el mundo se pone de nuevo en acción. ¡Listos!, ¡Arrea! Los pasos se repiten otra vez con la misma precisión y la misma rapidez. La operación se remata con 60 cajas y 900 kilos de sardina a bordo, que pueden convertirse en 1800 euros al llegar a la lonja de La Coruña.

Son las cuatro de la mañana cuando se finaliza la faena. Es la hora de tomarse un café con el resto de los patrones. El clima es cordial, la conversación distendida. Gente sencilla curtida entre olas. Cada cual cuenta los pormenores de la jornada y el resultado final.

Después salen a relucir historias de navíos, relatos de andanzas marinas, experiencias curiosas, percances de antaño. Bromas y risas con el mar siempre presente; en el respeto y el cariño con que lo tratan se nota que es el motor de sus vidas. Otros entienden el mar como una herramienta para sobrevivir, esta gente lleva el mar grabado a fuego en el alma.

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