Benín, en el corazón de África
Normalmente la huella que nos deja un viaje no guarda relación con los lugares que visitamos sino más bien con algo que nos remueve las entrañas o con la intensidad de alguna sensación inesperada. De un viaje a Benín es fácil volver conmocionado porque viajar a este pequeño país es acercarse al corazón de África.
Todos los viajes suponen un desplazamiento fuera de nuestro espacio habitual, un alejamiento del común cotidiano para adentrarse en otras latitudes, situarse ante otras gentes o encontrarse con otras sensaciones. Viajar a Benín no es viajar al más allá, seguimos moviéndonos en este hormiguero global llamado planeta Tierra, pero nos permite comprobar que todavía es posible convivir con estadios muy primitivos y encontrar gente que se asusta porque no ha visto en su vida a un hombre blanco.
Nada más llegar a Benín te das cuenta de que eres distinto a todos los que te rodean, eres único, eres especial, te has hecho raro, llevas un aviso luminoso en la frente que señala a todo el mundo tu presencia. Eres diferente porque eres blanco. Eso hace que dejes de ser invisible y que tus movimientos sean observados minuciosamente estés donde estés y hagas lo que hagas.
Benín, un pequeño país
Benín es un pequeño país situado en el golfo de Guinea, entre Togo, Nigeria, Níger y Burkina Faso. Al sur, el océano Atlántico. En estos cien kilómetros de costa está la zona desarrollada, allí se encuentra la capital, Portonovo, el espectacular poblado lacustre de Ganvié, el gran centro administrativo de Cotonou, Ouidah, famosa por el vudú y la trata de esclavos, o Grand Popo, posiblemente la más conocida por sus playas. Conforme nos movemos hacia el norte nos vamos introduciendo en un mundo remoto, comenzamos a viajar hacia el pasado, nos adentramos de lleno en el corazón de África.
Al alejarse de la franja costera, la cosa empieza a cambiar. Desde Natitingou hacia el norte Benin se transforma deprisa, el paisaje se arruga, desaparece el asfalto, el terreno se hace más incómodo y el bosque más espeso. Poco a poco van emergiendo en el paisaje pequeños poblados de aspecto ancestral, chozas circulares con techos de paja y aldeas con cabañas primitivas de adobe en medio de un entorno natural plagado de mangos voluminosos, tecas, baobabs, irocos gigantes y karités.
Está claro que nos colamos sin querer en el túnel del tiempo y nos vamos acercando a pasos agigantados al pasado. Aunque no es fácil precisar en qué momento nos encontramos, sin apenas transición hemos irrumpido en el país Somba la tierra de las «gentes que caminan desnudas», una antigua etnia de guerreros que en esta esquina de norte de Benín, en el macizo de Atakora, cerca de Togo, han mantenido sus costumbres casi intactas.