
El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzaba en abril un contundente mensaje a las autoridades de todo el mundo sobre el peligro de usar políticamente el coronavirus: “No se puede utilizar el Covid-19 para ganar puntos políticos. La unidad nacional es esencial si nos importa la gente. Por favor, trabajemos más allá de partidos políticos, ideologías, creencias, cualquier diferencia que tengamos, tenemos que comportarnos”, aseguraba Tedros Adhanom Gebreyesus. Seis meses después, y en plena segunda ola del virus, los políticos españoles parecen estar haciendo caso omiso de su sensata recomendación.
La pandemia global del coronavirus ha provocado una crisis social y laboral que ha impactado con fuerza en las condiciones de vida de todos los ciudadanos y puesto patas arriba la economía, por lo que nadie entiende que los políticos, en lugar de trabajar codo con codo, contribuyan a agravar la situación cuando la obligación de los poderes públicos es, lógicamente, minimizar sus consecuencias.
El enfrentamiento entre los partidos, que ha sido un runrún durante todo el estado de alarma, ha estallado abiertamente con los rebrotes y ha provocado un cisma entre el Gobierno central y el de la Comunidad de Madrid, así como una crisis interna entre el PP y Ciudadanos. Y el tono casi bélico de las declaraciones de nuestros dirigentes -que llenan portadas y abren los informativos- aumenta la incertidumbre entre los ciudadanos y las compañías que no saben a qué atenerse con tantos mensajes contradictorios que son el peor caldo de cultivo para cualquier estrategia empresarial de recuperación.
“La unión es la mejor vacuna contra la Covid” ha dicho Pedro Sánchez, tratando de meter el dedo en el ojo al gobierno de Isabel Díaz Ayuso, pero lo cierto es que su frase parece más un eslogan que un ofrecimiento sincero, acentuando la irritación de una sociedad que lo que espera de ambos Ejecutivos son menos escenificaciones de treguas adornadas con banderas y más colaboración sincera.
Hay que pasar de la guerra -soterrada o directa- a la cooperación y la cogobernanza para hacer frente a esta situación de emergencia, sanitaria y económica, como vienen desde hace tiempo reclamando los empresarios, por boca del presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, quién en una reciente entrevista en ABC, señalaba que la sociedad está pidiendo “un mensaje de calma y sin extremos”, al tiempo que recordaba que “la ideología no es buena para la economía”.
Pero la crispación no mejora. Lo que empeora son las previsiones económicas del Gobierno para este año que contemplan ahora una caída del PIB del 11,2%, por culpa de una crisis sanitaria que cada día se embarra más debido a las luchas partidistas y la descoordinación en los criterios científicos que se utilizan. Todo, a pesar de que un nuevo y total confinamiento podría ser la puntilla para nuestra maltrecha economía.
Es cierto que el escenario es endiablado y no tiene precedentes, pero parece de sentido común que los políticos abran los oídos y cierren un poco la boca. Los expertos quieren que se les escuche y los distintos sectores empresariales, también. Y la función de los representantes políticos es hacerlo, para combinar lo mejor posible sus planteamientos, y conseguir que proteger la salud o la economía no sea una disyuntiva.
La descoordinación en la lucha contra el virus produce desaliento, y contra el desánimo no existe vacuna.