
Corren malos tiempos. Y como siempre que vienen mal dadas, la sociedad española está demostrando una dosis de generosidad tan alta que parece estar en nuestros genes. El tejido empresarial ha dado muestra de que las compañías saben tirar de humanismo y de responsabilidad cuando más falta hace y el sector inmobiliario no ha sido una excepción. Al contrario, ha sido y es uno de los más solidarios, pero además de los primeros en mover ficha, cuando no había dado tiempo a reaccionar ante los estragos de la pandemia de coronavirus.
Toca arrimar el hombro y no han hecho falta directrices de gobiernos o patronales para que el sector hotelero comenzara a echar una mano a los colectivos más vulnerables, pero también a los más expuestos al Covid-19 como los profesionales de la Sanidad.
Distintas cadenas hoteleras han puestos sus establecimientos a disposición de las autoridades y se han convertido en improvisados hospitales, sumándose a la iniciativa de Room Mate y el Grupo Palladium. Y otras han cedido sus habitaciones a los profesionales sanitarios para evitar el posible contagio a sus familias de vuelta a casa.
Además, otras firmas hoteleras se han puesto manos a la obra facilitando material a centros sanitarios y a los cuerpos de seguridad para apoyar la labor que realizan a fin de detener la expansión del coronavirus, o se ha movilizado donando toneladas de alimentos.
Al mismo tiempo, las principales empresas del sector inmobiliario anunciaron moratorias en el pago del alquiler -incluso antes de que el Gobierno lanzara medidas para frenar los desahucios de inquilinos- y aplazaron el cobro de mensualidades a los clientes que estén pagando una vivienda de nueva construcción. Medidas para suavizar el impacto de la pandemia que también tomaron distintos propietarios de centros comerciales al condonar las rentas a los inquilinos de los locales cerrados debido a la cuarentena.
Este movimiento solidario es la cara más amable de la lucha contra una pandemia global que encamina a la economía mundial a una recesión. Una crisis que ha colocado la confianza de los inversores de la zona euro en mínimos históricos, que ha llevado al Ibex 35 a cerrar el peor trimestre de su historia, al perder casi un 29%, y que está golpeando duramente al empleo en nuestro país.
Parece que pintan bastos para todos los sectores económicos y, lógicamente, también para el inmobiliario, que anticipaba en 2020 algunos signos de ralentización, especialmente en materia de compraventa de vivienda, pero que gozaba de una excelente salud en cuanto a operaciones de inversión terciaria. Según Savills Aguirre Newman, el volumen de inversión terciaria en España alcanzó durante los tres primeros meses del año los 1.900 millones de euros. Una inversión inmobiliaria superior en un 25% a la de mismo periodo del año pasado, pero que puede ponerse también en cuarentena durante los próximos meses.
Así las cosas, me comentaba hace unos días José Antonio Pérez Ramírez, director y profesor de Estrategia Inmobiliaria de la Real Estate Business School, que se espera “una normalidad distinta superado el coronavirus” y auguraba que “empresarialmente en el sector inmobiliario las cosas no van a ser las mismas”. Vaticinio de una importante trasformación que, de cumplirse, puede no ser tan negativa para un sector que está acostumbrado a reinventarse y a resurgir de sus cenizas.