Optimismo realista

Ana M. Pastor, directora de El Inmobiliario mes a mes
Ana M. Pastor, directora de El Inmobiliario mes a mes

Dicen los psicólogos que el optimismo realista puede ser la mejor opción para afrontar los efectos de la irrupción en nuestras vidas del Covid-19. Y parece que muchos de los análisis, realizados por expertos inmobiliarios, coinciden en que el hecho de considerar la pandemia un desafío temporal y limitado puede convertirse en la mejor ‘gasolina’ para afrontar los complicados días que se avecinan.

Las proyecciones sobre el futuro del sector a corto y medio plazo se suceden siempre con la premisa de que cualquier pronóstico dependerá del tiempo que dure la pandemia, de si se encuentra o no una vacuna y de la colaboración público-privada. Pero la mayoría de ellas, incluida la del Banco de España, parten de la base de que la crisis económica provocada por el coronavirus -aunque ha sido más inesperada y está siendo más dolorosa al segar tantas vidas- no tiene nada que ver con la que comenzó en 2008.

En términos generales, porque las empresas y familias están menos endeudadas y el sistema financiero más sano; y en términos inmobiliarios, porque antes de la crisis sanitaria el mercado no estaba sobredimensionado, los préstamos hipotecarios eran bastante prudentes y las inmobiliarias parten de una mejor situación financiera.

Sin embargo, evitar caer en el catastrofismo no significa ser triunfalista o tener un exceso de confianza. La mayoría de los análisis dan por hecho que el sector sufrirá y que la recuperación del mercado inmobiliario no será la misma en todos los segmentos. Algunos se antojan más resistentes, como el industrial, residencial y oficinas, considerados tradicionalmente un valor refugio para la inversión, mientras que todo indica que otros -como el hotelero y el retail- tendrán un ritmo de recuperación más lento, al ser los que más han sufrido el cese de actividad y las consiguientes pérdidas de empleo.

Todo ello sin perder de vista que los problemas económicos de los hogares -derivados de la destrucción de miles de puestos de trabajo- pueden afectar con contundencia al mercado de vivienda. No se descarta, por tanto, una potencial reducción de la demanda -debido a que muchas familias decidan aplazar la decisión de comprar- lo que unido a un paralelo aumento de la oferta de quienes se vean obligados a vender su casa, podría traducirse en una bajada de precios, que se estima afectaría principalmente al mercado de segunda mano.

Tampoco hay que olvidar que las oficinas, aunque tradicionalmente soportan bien los envites, pueden verse sensiblemente afectadas por los planes de ahorro de las empresas con una menor contratación, algo que ya ha empezado a detectarse en el primer trimestre. Las compañías podrían retrasar sus cambios de sede hasta ver cómo evoluciona la situación o ampliar la opción del teletrabajo, pero también hay quienes prevén movimientos de empresas que alquilarán espacios más grandes y en nuevas ubicaciones para hacer frente a futuras emergencias sanitarias o un rebrote del virus.

Ante un panorama de tal incertidumbre, muchas empresas, colectivos y asociaciones relacionadas con el mundo inmobiliario y de la construcción consideran vital la colaboración público-privada para impulsar la actividad, una vez superado el estado de alarma. Y un ejemplo, es la iniciativa que propone el Banco Santander al ICO para que los jóvenes puedan comprar vivienda con hipotecas del 95%.

A cambio de una mayor colaboración de las distintas administraciones públicas, el sector inmobiliario ofrece -en palabras Juan Antonio Gómez-Pintado, presidente de la patronal de los promotores y constructores de España- “ser uno de los salvavidas de la recuperación económica y del empleo”.