
Después de un inicio de año boyante, la mayoría de los indicadores económicos se han debilitado durante el verano, en la medida en la que las incertidumbres relacionadas con el creciente proteccionismo, la volatilidad en los mercados financieros y las vulnerabilidades de las economía emergentes han ido ganando terreno.
Lo acaba de reconocer el BCE que, tras mantener sus previsiones de inflación en el 1,7% y reducir ligeramente las de crecimiento para este ejercicio y el próximo, ha decidido mantener los tipos de interés en el 0% otro año más y continuar con su programa de reducción de compras de deuda, “siempre que los nuevos datos confirmen las perspectivas de inflación a medio plazo”.
En el caso español, este enfriamiento de la economía se ha notado en el turismo. Por primera vez en mucho tiempo el número de extranjeros que vienen a pasar las vacaciones a nuestro país apenas ha crecido en comparación con las cifras récord de otras temporadas. Este freno se ha sentido en la hostelería y en la restauración y, por ende, en las ventas minoristas, que se han estacando desde marzo, o incluso han caído en julio, una tendencia que no se registraba desde el inicio de la recuperación.
La principal excepción a este panorama de leve, pero preocupante desaceleración económica de España, es el sector inmobiliario. Impulsado por un crecimiento en torno al 3% desde hace tres años y una tasa de paro sensiblemente menor, el renovado empresariado inmobiliario ha recuperado fuerza y vuelve a ser motor del crecimiento del PIB del país.
Así lo avalan las transacciones de activos terciarios y promoción de nuevo producto del que nos hacemos eco los que nos dedicamos a este menester, así como del ritmo elevado de promoción residencial tanto para consumo como para inversión, que corrobora el auge de la vivienda y el alquiler pese a las tensiones propias de un mercado en constante evolución.
¿Y qué pasará ante la próxima crisis inmobiliaria que se avecina? Sinceramente, pienso que a estas alturas del partido nadie sabe lo que va a pasar dentro de unos meses a ciencia cierta. Los teóricos aseguran que el sistema necesita siempre de purgas recurrentes que ayuden a limpiar los excesos, aunque no siempre lo consigan de forma satisfactoria, como parece evidente diez años después de la quiebra de Lehman Brothers. Lo que sí parece probado es que España no está peor, ni mucho menos, que hace una década, para enfrentarse a este nuevo desafío.
El elevado apalancamiento de la economía española se ha contenido. Las familias y las empresas han reducido la deuda privada con la que abordaron la crisis. Por otro lado, la revitalización creciente del mercado de la vivienda coexiste con menos endeudamiento hipotecario porque cuenta con mayores aportaciones de recursos propios por parte de inversores y ciudadanos, aunque la deuda pública haya pagado la factura de la gran recesión situándose hoy en el 100% del PIB.
Otro factor diferencial que juega a favor de la situación actual es el mayor saneamiento y capitalización de los bancos de la eurozona y, desde luego, de los españoles. La experiencia de los supervisores también debería constituir una mayor fuente de tranquilidad. Aunque aquí entramos en el poliédrico campo de los intangibles producidos por la crisis que apenas han sido reparados y de las turbulencias políticas y sociales de una nación en reconstrucción.
De lo que no cabe ninguna duda es que la nutrida infantería que se acercará a Madrid, Barcelona y Málaga, y a la ciudad francesa de Cannes en el inicio del curso inmobiliario, defenderá con orgullo la Marca España con la que nos sentimos identificados. La primera cita es el XVI Congreso de la Asociación Española de Centros y Parque Comerciales (AECC). Nos vemos en Granada.